EL MÉTODO

Los tres mil volúmenes esparcidos en la casa de don Puglisi (hoy parte de su biblioteca ha sido trasladada al Seminario de Palermo), en el Centro vocaciones o entregados en «préstamo permanente» a los amigos certifican una sólida cultura teológica (amó en particular las obras de Karl Rahner, uno de los padres del Concilio), filosófica (especialmente sobre el Personalismo del filósofo francés Emmanuel Mounier) y pedagógica.
Freud y Fromm pero también Sartre y Maritain: Padre Pino puso al servicio de su sensibilidad las más agudas reflexiones del existencialismo y los más modernos métodos de la psicoanálisis, de la logoterapia y de la terapia de grupo (entre sus autores preferidos està también el americano Karl Rogers).
Instrumentos que utilizaba tácitamente, sin ostentacíon, para refinar las notables innatas calidades gracias a las que entró fácilmente e intensamente en contacto con el Otro (las que Rogers en sus escritos llama empatía).
Además de sus libros, testimonios preciosos son las decenas de grabaciones de sus discursos u homilías, que ahora al Centro diocesano vocaciones están constituyendo un archivo orgánico.
De este material son sacadas las citas utilizadas por estas páginas.
A lo largo de toda su vida don Puglisi ha sabido tejer relaciones personales fuertes, a prescindir de la extracción social, del título de estudio del interlocutor.

La primera fase era la escucha.

Sin hablar nunca de religión o de Dios, en el delicado momento del aproche no daba consejos inmediatos, recetas mágicas.
Él sabia que para usar las palabras justas, sobre todo con los últimos, con los debiles, primero hay que dividir por largo tiempo el pan y el vino con ellos.
En un mundo que corre, donde cada uno es perdido en sus cosas, las grandes orejas de don Pino fueron un puerto seguro.
El tiempo de la escucha era largo, tortuoso, podia durar años, y tampoco podia desembocar de ninguna parte. Padre Puglisi sabia escuchar, respetaba los tiempos de todos, invitaba a sondear el propio ánimo para medir las energías antes de elegir una meta.
Sobre su estilo ha escrito palabras iluminadoras padre Agostino Ziino – un palermitano entrado a hacer parte de la comunidad monástica de don Divo Barsotti, en Toscana – en un discurso de conmemoración en el primer aniversario de la muerte:

«No fue un gran orador sino un cura cuya palabra, propuesta en aquel modo todo suyo – con sosiego, lentitud de expresión, que no era ni vergüenza ni timidez – revelaba la voluntad de comunicar ideas no sacadas apresurada y superficialmente, sino meditadas y bien dirigidas; no fue tampoco un hombre de manifestaciones y de expresiones llamativas, sin embargo, esencial como era en vivir la amistad como un regalo de si mismo a los otros, te lo encontrabas cerca en los momentos en los que era bonito o útil compartir con él una alegría o un dolor.
Allí dónde lo encontrabas, aunque fuera inmerso en actividades pastorales de grupo o en diálogos personales o en la preparación de encuentros de catequesis u oraciones, siempre te acogía como si tú hubieras sido por él un don de Dios.
Y nunca te despedía apresuradamente, como si fuera él a recibir algo de ti, de ti que sólo ibas a él por un breve saludo.
El tiempo en sus manos se dilataba; pero sería mejor decir no en sus manos sino en su corazón, porque sólo el amor logra dilatar los espacios interiores del corazón porque se sepa siempre acoger a los otros como sabía hacerlo él.
En todo sitio y en cada momento del día – osaría decir noche y día – te ofrecia su sonrisa acogedora y tranquilizadora, que era ya en sí mensaje evangélico de una beatitud experimentada.
El secreto de su estilo de donarse a los otros no podía que ser una Caridad elegida y asumida como actitud constante, a la que mantenerse fiel y que rendía todo en él profundo y simple, verdaderamente evangélico.»
Cuando don Pino echava una chispa en el ánimo del joven que estaba siguiendo, a la fase de la escucha sucedía la vida comunitaria con la abertura del diálogo con los Otros.

Ejemplos preciosos de este trabajo, que tomó mucho de las técnicas psicológicas de la terapia de grupo, son los campos vocacionales que padre Puglisi organizó a lo largo de los años ochenta, antes de llegar a ser parroco en Brancaccio.

En una atmósfera de plena libertad, sin la obligación de llevar «máscaras» para mostrarse a los otros, los jóvenes que participaban en los campos eran conducido a descubrir los valores de la amistad, de la solidaridad, de la hermandad, del servicio, en una palabra del «vivir junto» en el sentido cristiano.

A quién, después de haber hecho este camino, pedía todavía de avanzar de un paso, padre Pino ofrecía de lanzarse en la elección de Dios: cada uno de nosotros – a menudo- decía don Puglisi – siente en si mismo una inclinación particular, un carisma.

Un proyecto que hace a cada hombre único e irrepetible.
Esta «llamada» es la presencia del Espíritu Santo en nosotros.
Sólo escuchar esta voz puede dar sentido a nuestra vida.

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