UN NUEVO MODELO DE CURA Y DE PARROQUIA
Después de todo esto, podemos hablar de los hechos que han llevado al homicidio de padre Puglisi (por esta parte una contribución también procede de las reflexiones de padre Cosimo Scordato de Sicilia) delinear algunas indicaciones que representan un patrimonio precioso por una «iglesia de frontera» como la de Sicilia, según la definición del Papa.
Primero hay que analizar el motivo del choque entre la mafia y don Puglisi.
Don Pino propone en Brancaccio un modelo de parroco que los capos no reconocen, mientras se han mostrado siempre listos para aceptar y respetar a un cura de sacristía, promotor de procesiones – a lo mejor al lado del «Zio Totó» de turno – que «vive y hace vivir”.
Padre Puglisi, en cambio, elige de salir de la sacristía y de vivir los problemas, los riesgos, las esperanzas de su gente. Desea, como párroco, la liberación y la promoción de su pueblo.
Don Puglisi propone además un nuevo modelo de parroquia.
Entre sus iniciativas, por ejemplo, hay la solicitud de servicios sociales en el barrio y de una escuela secundaria por Brancaccio.
Es un continuo acicate para las instituciones. De aquí una serie de manifestaciones, de contactos con el Estado, de protestas civiles.
Todo ésto ocurre bajo la luz del sol, lejos del altar, con gestos que por su visibilidad no pasan desapercibido: son elegidas bien precisas y determinadas con la conciencia de los efectos desestabilizadores para los equilibrios mafiosos.
«No tenemos que callar», decía don Pino a los parroquianos más temorosos en los días de las amenazas, de los atentados que anunciaron la emboscada.
Y citando San Paolo añadía, «si Deus nobiscum, quis contra nos»? , (si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?).
Son elecciones que dejan entrever la imagen de una Iglesia que ha decidido ser «débil con los debiles”, de estar de la parte de los últimos, que cree en las instituciones, sin suplencias o lógicas clientelares.
Sin suplencias porque la Iglesia no tiene que ocupar espacios o tareas administrativas que no le incumben.
Sin lógicas clientelares, o bien sin prestarse a las presiones, a las solicitudes de recomendaciones y servidumbre al político de turno, (cuando en Brancaccio llegaron estos últimos, don Pino los puso a la puerta junto con sus facsímiles electorales).
La iglesia de Padre Puglisi es una Iglesia que se hunde en la realidad del territorio y de sus necesidades: éste es el banco de prueba de un testimonio que quiere ser realmente evangélico.
Y si la Iglesia, toda la Iglesia, sabrá entonces hacer propia esta lección, de verdad, la figura del pequeño cura de Brancaccio, caído bajo los golpes de la violencia homicida, ya no llevará sobre de sí los signos cruentos de la derrota sino los estigmas de una dignidad fecunda, llena de la fuerza de la resurrección.
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